En verano, Haruki Muraki se dedicó a pisar mi sombra. Y lo hizo sin rodeos y sin dejarme opciones, con la sutil ironía de sus cuentos en Sauce ciego, mujer dormida.
Cuando la ola del séptimo hombre se llevaba a su amigo, la mía sumergía sus cabezas peligrosamente. Cuando en el cuento se disparaba un arma, MIA cantaba para mí Bang! Bang!
Pero el colmo de su atrevimiento fue Kani. Yo estaba en la playa, como los personajes principales.... y aunque yo no tostaba mi piel quebradiza ellas sí. Comimos cosas deliciosas en lugares pequeños y desconocidos, la sal estaba en todos lados y había una tranquilidad que parecía perenne.
Sin embargo, justo como en el cuento, algo en nosotros comenzaba a pudrirse, algo comenzaba a llenarse de gusanos. Justo como nuestros huevos debajo del lavabo donde apenas empollaban las larvas de moscas, no podríamos ignorar la peste demasiado tiempo.
Y así como los personajes de kani que vomitan el cangrejo comido lleno de gusanos, terminamos vomitando ese dolor, ese enojo...no pudimos ignorarlo. La única diferencia con el cuento es que siempre supimos que la infección estaba ya allí.
